Con la mirada perdida en las cimas, observando desde su falda, siento realmente a lo que me enfrento. Ellas tan imponentes, desafiantes, vestidas con su perpetuo manto y yo, minúsculo, disfrazado de nuevo para la ocasión. En ese momento, para mí, lo significan absolutamente todo. En cambio, para ellas, yo, absolutamente nada. Las miro, las siento, me atrapan y tiemblo; de miedo y de placer al mismo tiempo. Intento recolectar esa fantasía y madurarla en mi parte cognitiva. Pero no, no se puede hacer prácticamente nada, es el hemisferio emocional el que prioriza, el que las ama, el que las teme, el que las vive. De día, entre alboroto, en compañía, en un alarde de arcabucería, uno reta en voz alta mirando a las crestas: ¡mañana nos vemos las caras!
De noche, en silencio, en soledad, en un sincero balbuceo, uno sólo logra pronunciar a duras penas observando la gran mole: mañana, cuídame por favor, necesitaré tu ayuda. La cima, es la mitad del camino…
Email: patxirp@hotmail.com